domingo, 23 de marzo de 2014

¿Y dónde quedan las emociones?

Puedo asegurar con casi completa seguridad que lo que más os preocupa cuando venís a hablar conmigo es el desarrollo afectivo de vuestros hijos. En algún momento ya os he comentado que los padres somos la imagen en la que nuestros hijos se miran. Es muy importante que aprendamos a gestionar nuestros sentimientos para que nuestros hijos también lo hagan. Voy a comentar algunos aspectos para comenzar la reflexión y, en próximas entradas, os daré algunas sugerencias para trabajar con nuestros hijos y —¿por qué no?—para trabajar también nosotros.
  • Hay que atreverse a descubrir  las emociones.  No es agradable descubrir que tenemos sentimientos negativos o que nuestros hijos los tienen. La ira, el odio, el enfado, el rencor…forman parte del rico mundo emocional del  ser humano, aunque no nos guste vernos reflejados en ellos.
  • Aunque nos suceda lo mismo, sentimos de forma diferente. Las familias que tenéis más de un hijo sabéis de sobra de lo que hablo. Nuestros hijos están educados en el mismo ambiente, con los mismos valores, pero al final ninguno de ellos responde de la misma manera ante el mismo acontecimiento.
  • Decir «estoy bien» es como no decir nada. Tenemos que cambiar el hábito de no expresar los sentimientos y ocultar las emociones. Hay que buscar la precisión en las palabras. No es lo mismo estar alegre que estar ilusionado, y los dos son emociones en las que podemos decir «estoy bien».
  • Cada pensamiento tiene un sentimiento y nos comportamos según lo que pensamos. Esto lo sabemos de sobra los adultos y, cuantos más años tenemos, más experiencia tenemos de ello. Basta con que digamos varias veces «esto no puedo hacerlo» para que una realidad, de manera que parezca que un muro real se ha puesto en nuestro camino. A ellos les pasa igual con asignaturas como matemáticas, lengua... pero también les puede ocurrir con las amistades o con las habilidades sociales.
  • Aceptarse como uno es. Nunca dejaré de insistir  que la autoestima se va formando poco a poco con los comentarios que las personas relevantes de nuestra vida nos van diciendo. Los padres y los educadores tenemos mucha responsabilidad en ello. Quizá esta vez la pregunta sea para nosotros, padres: ¿nos aceptamos como somos? Porque, si la respuesta es negativa, difícilmente sabremos enseñar a nuestros hijos a aceptarse como son.
  • Las emociones siempre son en primera persona y no pueden ser valoradas por nadie. Si mi hijo dice «hoy estoy triste porque he perdido un cromo», nadie puede negar su emoción ni descalificarle como persona, y nadie debería decirle «esto es una bobada». Debemos ayudarle a que su vida no gire en torno a un cromo, pero en ese momento él se siente triste. Os hago una pregunta para que podamos reflexionar juntos: ¿Cuántas veces nos han oído nuestros hijos decir «hoy estoy enfadada porque no he conseguido terminar mi trabajo»?
  • Yo decido lo que cuento y cuándo lo cuento. Lo hacemos sin intención, pero muchas veces parece que exprimimos a nuestros hijos para que nos comenten hasta el más mínimo detalle de sus sentimientos y preocupaciones. Esto sí que es un equilibrio bien difícil, pues tenemos que crear un clima de confianza con nuestros hijos para que, cuando de verdad se metan en un lío importante, puedan contar con nosotros, pero tenemos que tener en cuenta que no podemos invadir su intimidad y su libertad. Nosotros no contamos todo a todos, no pidamos justo lo contrario a nuestros hijos

Hasta la semana que viene. Espero que esta entrada nos ayude a todos a reflexionar cómo gestionamos nuestras emociones.



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